L
e
t
r
a
por
l e
t
r
a
y el mundo quedará escrito.
Cuentos de cuerdos de atar
miércoles, 5 de diciembre de 2012
sábado, 14 de julio de 2012
Esta pata renga
No me sueltes que
puedo caerme.
No me tientes que
puedo tirarme.
No me escuches que
puedo hablar de más.
No me acompañes que
puedo aferrarme.
No me ilusiones que
puedo creerte.
No me llames que puedo
atenderte.
No me busques que
puedo encontrarte/me.
No me duelas que puedo
acostumbrarme.
Estoy
Estoy
dejándome.
Estoy permitiéndomelo.
Estoy empezando a terminarme.
Estoy terminándome sin
empezarme.
Estoy sin estar.
Está sangrando el pasado.
Estoy para los otros.
No
estoy para mí.
Estoy ahogándome en mi
propia arena.
Estoy pensando
en que todo tiene un fin.
También yo.
Está asfixiando el presente.
¿Estoy?
Está
pendiente el viaje que me devuelva a un punto cero.
Estoy en guerra con Juan Luis.
Está viejo el
futuro che.
Está apagada la luz adentro.
Está puesto el freno de mano.
Están
secas las manos.
Está roto el tiempo.
sábado, 11 de febrero de 2012
Triste
Triste.
Triste el
alma.
Triste el
arte.
Tristes mis
sentidos.
Se
entristecen acaso los recuerdos
donde llevo
tus canciones conmigo.
Triste la
poesía.
Triste la
lluvia de ayer.
Triste la
letra viva,
si la
muerte asola un rayo de vida.
Triste
aquel disco cuando.
Tristes mis
torpes manos que parecen dormidas,
que no
pueden,
que no
quieren,
que no
bastan,
que no
sirven,
que se
apagan,
que se
niegan a escupir frases lindas,
que estarás
iluminando el más allá y todo eso.
Triste.
jueves, 1 de septiembre de 2011
Volver teme
Hoy te volví a extrañar. Me volví a extrañar.
Te volví a llover. Me volví a mojar.
Te volví a soñar. Me volví a dormir.
Te volví a matar. Me volví a morir.
Te volví a escribir. Me volví a borrar.
Te volví a traer. Me volví a llevar.
Te volví a tomar. Me volví a fumar.
Te volví a perder. Me volví a perder.
Te volví a sentir. Me volví a quemar.
Te volví a gritar. Me volví a callar.
Te volví a querer. Me volví a odiar.
Te volví a parar. Me volví a caer.
Te volví a llenar. Me volví a vaciar.
Te volví a volver. Me volví a fugar.
.........................................................
No hay olvido a la vuelta de la esquina.
No hay alivio que llene los bolsillos de la ausencia.
No hay transformación definitiva.
No hay caída lo suficientemente profunda.
No hay lágrima final.
No hay silencio quieto.
No hay calma en el vacío.
No hay tiempo que cure
ni cicatriz que madure
ni herida que desangre
para siempre
la sangre del dolor del alma.
Lluvia
Y un día te hizo bien la lluvia. Es un día, es verdad, es sólo uno entre muchos en que el sol te hizo mal, pero al menos es algo. La tristeza dejó marcas en tu piel, te convertiste en eso a lo que le tenías horror, tu huella se cubrió de mil capas, grises, deslucidas. Te cansaste de estar, de ser, despertar, de no olvidar, no cerrar puertas, de quedarte, no avanzar, no poder, no pararte, no pisar. Tu cabeza dio tantas vueltas como lágrimas cayeron de tus ojos sin que te dieras cuenta. Tocaste fondo. ¿Lo hiciste?, ¿o te pusiste un traje nuevo arriba del gastado antes de que se desintegrara por completo? Te preguntaste quién sos, quién fuiste y quién sos, el tiempo se fue volando pero vos permaneciste en el mismo lugar un minuto que fue toda la eternidad. Tu reloj interno se detuvo. Todos tus muertos vinieron a buscarte. Vos te viste entre ellos como uno más. Vos fuiste todos ellos. Así y todo seguiste respirando, un oxígeno que te quemó la garganta pero respiraste en fin. Desfalleciste en ese respirar. Hubieras escogido por siglos dormir, derribar ese puente que conecta el vacío que te comprime el pecho con el nudo que atraganta tu garganta y el barullo que aturde tu cabeza. Fugarte de tu cuerpo, irte a otra ciudad-en otro país-en otro continente-en otro planeta-en otro tiempo/espacio/frontera/cuento/cuadro colgado en mil paredes invisibles del sótano de tu infierno más ciego.
Y después silencio. Silencio que no es calma sino callarte un rato, enmudecer sobre otros ruidos. ¿Y el abismo? Ni siquiera te acercaste, las llaves de un lugar tan preciado están guardadas mucho más allá de tus sentidos. Tal vez sólo tu sombra, esa que perdiste en el camino y que se empecina en mirarte de lejos como con recelo negándose a volver, tal vez sólo ella tenga el mapa que te lleve hasta ahí. Acaso consideraste que la amnesia es un privilegio que le llega gratis a una minoría de afortunados que no demandan su servicio. Dichosos sean ellos, y cuán injusta puede ser la redistribución de olvidos para quienes lo necesiten en estado de emergencia.
Salió el sol, volvió a resquebrajarte. Las grietas abrieron tu piel como facones pariendo de entre tus venas. El espejo te reembolsó una razón más para cerrar los ojos. Lo hiciste, una colección de imágenes iluminó tus retinas hasta atravesar los párpados. Hasta quemarte. Y tu rostro, perforado por la cárcel que te priva de correr a cualquier parte y a ninguna, tu rostro de presencias ausentes, tu rostro te dejó en evidencia cuando intentaste un esbozo de risa. Risa nula de sentir, devino en contradicción, envejeció hasta morir. Moriste muerte clandestina, extraña de esencias. Muerte que no es muerte y por eso mata sin morir. Muerte de la memoria vigente, acurrucada temblando en el sur de tu nostalgia, estaqueada en el punto muerto del tiempo muerto de una resaca terminal e interminable. Muerte del ayer que patea la puerta para aterrizar en pasado mañana/ayer que se disputa el desayer. Muerte perdida entre pedazos perdidos, extinguiéndose o peleando por, huyendo del rompecabezas que pervive inerme en tu pieza. Y tus piezas, absortas, sin rumbo, huérfanas de ADN, se estrellan en la ruta del destierro de tu propia sal.
Y después silencio. Silencio que no es calma sino callarte un rato, enmudecer sobre otros ruidos. ¿Y el abismo? Ni siquiera te acercaste, las llaves de un lugar tan preciado están guardadas mucho más allá de tus sentidos. Tal vez sólo tu sombra, esa que perdiste en el camino y que se empecina en mirarte de lejos como con recelo negándose a volver, tal vez sólo ella tenga el mapa que te lleve hasta ahí. Acaso consideraste que la amnesia es un privilegio que le llega gratis a una minoría de afortunados que no demandan su servicio. Dichosos sean ellos, y cuán injusta puede ser la redistribución de olvidos para quienes lo necesiten en estado de emergencia.
Salió el sol, volvió a resquebrajarte. Las grietas abrieron tu piel como facones pariendo de entre tus venas. El espejo te reembolsó una razón más para cerrar los ojos. Lo hiciste, una colección de imágenes iluminó tus retinas hasta atravesar los párpados. Hasta quemarte. Y tu rostro, perforado por la cárcel que te priva de correr a cualquier parte y a ninguna, tu rostro de presencias ausentes, tu rostro te dejó en evidencia cuando intentaste un esbozo de risa. Risa nula de sentir, devino en contradicción, envejeció hasta morir. Moriste muerte clandestina, extraña de esencias. Muerte que no es muerte y por eso mata sin morir. Muerte de la memoria vigente, acurrucada temblando en el sur de tu nostalgia, estaqueada en el punto muerto del tiempo muerto de una resaca terminal e interminable. Muerte del ayer que patea la puerta para aterrizar en pasado mañana/ayer que se disputa el desayer. Muerte perdida entre pedazos perdidos, extinguiéndose o peleando por, huyendo del rompecabezas que pervive inerme en tu pieza. Y tus piezas, absortas, sin rumbo, huérfanas de ADN, se estrellan en la ruta del destierro de tu propia sal.
miércoles, 15 de junio de 2011
Bajo otra piel
Basta. Te digo basta.
Te pido, por favor,
que te fugues en una noche de otoño como cuando entraste.
Te pido, te lo piden mis sentidos,
que vayas a meterte en el inconciente,
ahí donde las formas se deforman
y el olvido, aún lleno de memoria, hace lo suyo.
Te pido, simplemente, que dejes de latir.
Que dejes de aparecerte en diez mil canciones,
que te vuelvas impalpable en ciertos y cientos lugares,
que me permitas cerrar los ojos
y no encontrar más que oscuridad.
Te pedí tantas veces,
y tantas vos me pediste que no te pidiera tanto,
que éste es un último pedido.
Te lo pido aunque me desangre,
te lo pide mi fiebre.
Que vayas a guardarte unos quinientos años
en el cajón de las porquerías,
que yo voy a intentar cerrar,
con llaves infinitas,
las imágenes que me desintegren
y a desintegrar el dolor de esa casa que es el alma,
por más resacas y desvelos
que fantasmas exijan pagar.
Te pido desarraigo,
extrañamiento,
exilio de mi cuerpo a otros cuerpos.
Que me permitas resistirme de escribirte a vos
para empezar a escribir sobre vos,
camuflada entre mil excusas para volverte.
Que sigas escribiéndote sola en otros cuentos,
que nunca te acabes,
que sé que algún día voy a volver a leerte
como a la pila de libros que tengo marcados a la mitad.
Que pervivas en otras bibliotecas
como una narración siempre inconclusa,
alimentando el cuerpo de tu ausencia
pero bajo otra piel.
Que la mía carece de anticuerpos
y el paso del tiempo
no hace más que dejarme al descubierto.
Yo mientras tanto voy a estar ahí,
en ese lugar
en ninguna parte
y en todas al mismo tiempo,
bien al sur,
amortizando la primera cuota
del pasaje del tren
que me lleve al centro de mí.
Hasta tocar fondo,
hasta el subsuelo de mi insomnio,
hasta el sótano de los pedazos perdidos,
hasta crecer alas,
asomar la cabeza,
salir a la superficie,
perderle rabia al sol,
metamorfosis de tus cenizas,
sacudirme de los escombros
y volver a ser.
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