jueves, 17 de junio de 2010

De asfixias artificiales

"...Que las verdades no tengan complejos, que las mentiras parezcan mentira, que no te den la razón los espejos, que te aproveche mirar lo que miras... que ser valiente no salga tan caro, que ser cobarde no valga la pena. Que no te compren por menos de nada, que no te vendan amor sin espinas, que no te duerman con cuentos de hadas..." (Noches de boda, Joaquín Sabina)


La barba es infinita. Por más que se afeite permanentemente nunca deja de crecerle. A cada instante su cara se encuentra recubierta de una exuberante barba acompañada de un pronunciado bigote.
Gran parte de la gente del pueblo es charlatana y prejuiciosa, y suele no acercarse a él a modo de prevención, por miedo a lastimarse o por suponer que corren el riesgo de contagiarse y quedar como él. Disimuladamente improvisan desvíos en la dirección por la que transitan, se cruzan de vereda o caminan hacia atrás.
Se comenta que utiliza su barba para limpiar lugares u objetos de su casa como quien lo hace con una esponjita de acero inoxidable o, en su defecto, con un cuchillo viejo que ya no sirva. Los más osados aseguran que arranca de los azulejos (del baño y también de la cocina) importantes cantidades de sarro y otras sustancias profundamente arraigadas, ante las que los más efectivos productos de limpieza se ven tristemente vulnerados.
El día de su cumpleaños número 44, el hombre decidió entregarse a los mandatos del destino y nunca más volvió a afeitarse. De modo que desde entonces apenas se le distinguen los ojos y la nariz, pues millones de pelos se han diseminado por toda la superficie que comprende su rostro, incluido el cuello y las orejas. El negocio de las prestobarbas, la espuma para afeitar y las cremas para después de afeitar cayó estrepitosamente. Decenas de almacenes debieron cerrar sus puertas.
Una ola de apuestas pronto inundó el pueblo, y no faltaron caballeros dispuestos a deslizar onerosas sumas de dinero especulando sobre el día en que la muerte finalmente lo vendría a buscar con una maquinita de afeitar en la mano. Pasaron días, años, décadas. La espera se volvió rutina, la rutina olvido y el olvido rutina.