domingo, 6 de febrero de 2011

(Suerte de) Manifiesto contra las declaraciones de amor

 
En primera instancia quiero hablar de las tardanzas y los tardadores, que padecen día a día el asedio de los especimenes de la puntualidad; señores respetables aspirantes a dueños de la monarquía del tiempo, que pululan por antros oscuros a plena luz del día, disputándose la propiedad de la línea que delimita aquello para lo que es tarde, demasiado tarde, apurándonos a todo, arrebatándonos no sólo el uso legítimo de nuestra incapacidad para ser puntual, o la habilidad para sorprender, o el resguardo en el proverbio popular “más vale tarde que nunca”, arrebatándonos no sólo eso sino también el sentido de la paciencia.

He aquí el lugar común en el que caen los perseguidores de impuntuales. Uno no elige llegar tarde a todos lados, uno nace con eso adentro, y luego elige si hacerse cargo de la realidad o no.

Siempre habrá hornayas que revisar, llaves sin paradero a la vista, calefactores cerca de alguna silla (posiblemente con ropa), monedas que se tomaron raje antes de llegar al micro o la aparición repentina de una laucha en la cocina, que lo pongan a uno en una encrucijada moral.

No hay manera de no llegar tarde ante tamaña eventualidad. Entonces, aparece la obligada necesidad de proceder a la construcción de un por qué, a la invención de un pretexto que justifique la tardanza e, inclusive, en lo posible, provoque en el destinatario una sensación de pena, culpa o cuanto menos preocupación.

La invención de la mentira es un hecho no valorado por las mayorías. Lo que pocos alcanzan a ver es que se trata en realidad de un acto de personalidad y templanza ante la adversidad, que exige un esfuerzo intelectual.

Que implica diferentes etapas:

1) La toma de decisión, de evaluar que la honestidad no es el camino más conveniente a seguir.

2) La invención de una serie de sub mentiras posibles (2 o mas). Nunca la mentira es una sola en primera instancia; mesura, calma, prudencia, frialdad. El primer comportamiento jamás implica lo que se conoce como manotazo de ahogado, intento desesperado que deviene en suicidio del protagonista de la mentira por atropello, por evidenciar la necesidad de sacarse de encima el compromiso a las patadas, en una suerte de grito asfixiante que clama que no le agreguen una complejidad para la que aún no ha formulado coartada sólida que ofrezca respuesta sin dejar cabos sueltos.

Sería como jugar al truco sin saber las señas, como mostrar la carta más valiosa, la definitiva en el primer intento, como arrebatar una pizza por aceleración desmedida en la cocción o ahogar un fuego por inoperancia en el armado previo.

O como, y aquí desarrollo la hipótesis que planteaba al principio; decía, agotar la mentira antes que esté lista para ser parida es como escapar corriendo hacia delante, como quien lanza una declaración de amor atropellada, libre de toda estrategia con algún tinte maquiavélico, exenta de toda pizca de malicia.

Porque, así como ningún jefe, compañero de trabajo, de estudio, etcétera se cree el primer verso improvisado ante la llegada tarde, ninguna mujer responde favorablemente a la declaración a medias, insegura, forzada o mucho menos extremadamente pura. A ninguna mujer le atrae en un primer momento el derroche de sinceridad, el exceso de transparencia que denota un vacío de misterio, la delegación absoluta del poder al otro, o la demostración de afecto como último recurso ante la resignación, sabiendo que se hunde el barco. (Son esas declaraciones que arguyen que desde el primer día que te conocí te quise, me enamoré, me imaginé el futuro, el perro, los críos, el árbol y el cajón de las porquerías. Eso puede decirse una vez correspondida la atracción, más no jamás puede ser el medio para el fin)

Y es que, en realidad, lo que quiero plantear es que ya ninguna declaración de amor a esta altura puede tomarse como válida; algo así como la muerte de las declaraciones de amor, que siempre han sido un verso –nunca verdaderamente sentido- usadas hasta el hartazgo en repetidas ocasiones nocturnas con distintos destinatarios.

Y por si todavía alguien se pregunta qué tiene que ver todo esto con las excusas del que llega tarde a todos lados… Yo creo que la práctica de la mentira/pretexto puede ser considerado el ejercicio superador y sustituto de las declaraciones de amor, porque la legitimidad del que llega tarde a todos lados radica en la credibilidad que su discurso genere el en otro. En las declaraciones de amor, en cambio, ya nulas mujeres eligen creer; mujeres generalmente en dudoso estado de conciencia o sobriedad por cierto, pues como he demostrado las declaraciones de amor nunca expresan sentimientos genuinos sino más bien chamuyos refritados.

Por todo esto celebro y reivindico a los que llegan tarde a todos lados, por ser un ejemplo, y les pido –encarecidamente- a los reyes de la puntualidad que evalúen mi planteo, y que se relajen un poco, que el hecho de que haya cada vez menos declaraciones de amor y más inventores de excusas creativas no implica necesariamente la caída en desuso del romanticismo o el vacío sentimental/espiritual de las civilizaciones, sino más bien un salto cualitativo hacia la superación de los hombres y las mujeres.