miércoles, 9 de marzo de 2011

A todo pedal


Cierro los ojos y t veo en tu bicicleta, escuchando en tu mp4 ese tema de Molotov que te arranca una risa en el aire y te provoca esa sensación de que aumentás la velocidad. No importa si vas más rápido o no. Importa lo que te noto en el cuerpo cuando te veo. No puedo explicarlo, hay cosas que no se explican. Hay cosas que se creen porque sí, porque están ahí para eso, para hacerte sentir que existe algo más allá de lo tangible, de lo alcanzable, de lo seguro, de lo fácil o de lo explicable. Yo creo y con eso basta. Y entonces ahí estás vos, pedaleando a todo pedal, y ahora me decís que querés agarrar por otra calle aunque quizá haya una que te deje mejor, que te gusta ir por calles que no conocés. Y entonces ahora yo empiezo a entender un poco esa sensación inexplicable; algo de mis sentidos, de mi instinto o de mis fantasías se conecta con algún cable de mi cabeza. Y entonces ahora no sé bien para dónde te lleva esa calle que no conocés, pero sí sé que te hace brillar. Sí sé que llevás con vos una luz. Por favor, nunca la apagues. Aunque la calle por la que vayas esté empedrada, aunque tenga baldosas flojas que te disparen charcos de la vereda, aunque vayas en contramano o aunque justo te cruces con una movilización que al otro día algún monopolio se lo atribuya a manifestantes afines al gobierno.


Cierro los ojos y te veo en tu bicicleta. Tengo esa imagen metida adentro. No necesito más razones ni certezas. Yo creo y con eso basta. El viento te pega en la cara y te tira el pelo para atrás, entonces ahora decidís frenar sobre el cordón, bajar los párpados hasta mirar hacia adentro, mover tu cara casi de cara al cielo y dejar que el aire te llegue. Y en eso se cuela otra risa, una de satisfacción, de sosiego, una que le devuelve al afuera lo que pasa adentro, una que le desprende un botón a la ropa que te abriga de vos misma. Y ahí creo verte brillar de nuevo, se te forman las rayitas a cada costado de la boca, se te despeja la frente y te queda casi al descubierto. Y tus ojos, que están cerrados y te hacen viajar a otros presentes, arrabales perdidos en el tiempo, cicatrices, tus ojos que te vuelven del olvido una sensación, un perfume, una canción, tus ojos ahora se arrugan apenas/ese gesto donde se funde una marca de abuela con otra de tu infancia, tus ojos entran en sintonía con la risa y ahora la terminan, y el viento pasa para que vos te filtres en el y sigas pedaleando, a todo pedal, hasta otra calle, hasta otro viento.



jueves, 3 de marzo de 2011

Fuga de mis estados

Hace mucho que no escribo acá, no sé muy bien por qué pero hace tiempo que no me siento a poner en pie de tregua o de guerra mi cabeza con el papel. Y ahora que me decido a hacerlo, ahora que me despojo de argumentos, excusas y mentiras que justifiquen el quedarme quieto, inmóvil ante la hoja en blanco, hay algo que me lleva a escribir sobre los muertos. ¿Por qué? Por que sí, qué sé yo, no tengo la más puta idea. El soplo de un viento frío adentro, en fin, nada racional.

Tengo algunas preguntas de las que tiene todo el mundo, añejas pero actuales de a ratos. Voy a intentar ir de lo más abstracto o general a lo más conciso. ¿Qué son los muertos? Según considero, el escritor Casciari ha esbozado una suerte de línea pensadora acerca de las ideas que rondan en torno al concepto “futuro”. En ella dice algo así como que en realidad nuestros abuelos vendríamos a ser nosotros mismos en el futuro. Bueno, vuelvo a lo anterior. Pensando en ésta última idea, invento una reflexión que circula en mí y me pide salir de algún modo. Los muertos, pero en particular nuestros muertos, o nosotros en el futuro. Los muertos están, la muerte no es un viaje de ida, creo. Soy más ambicioso aún, es un viaje de vuelta, sin dudas. Los muertos no se van a ninguna parte. Y así viven. A veces permanecen en el aire, en olores, canciones, silencios.

¿Acaso hace falta dejar de respirar para estar muerto?

No sé para dónde va esto que estoy escribiendo, escribo sin brújula, disparo palabras analfabetas, pensamientos huérfanos; ensayo finales, el teclado se me caga de risa, el nudo duerme una siesta en una pieza dentro de mi cerebro cerrada con mil llaves que mis manos no pueden abrir. Elijo desertar.