jueves, 1 de septiembre de 2011

Lluvia

Y un día te hizo bien la lluvia. Es un día, es verdad, es sólo uno entre muchos en que el sol te hizo mal, pero al menos es algo. La tristeza dejó marcas en tu piel, te convertiste en eso a lo que le tenías horror, tu huella se cubrió de mil capas, grises, deslucidas. Te cansaste de estar, de ser, despertar, de no olvidar, no cerrar puertas, de quedarte, no avanzar, no poder, no pararte, no pisar. Tu cabeza dio tantas vueltas como lágrimas cayeron de tus ojos sin que te dieras cuenta. Tocaste fondo. ¿Lo hiciste?, ¿o te pusiste un traje nuevo arriba del gastado antes de que se desintegrara por completo? Te preguntaste quién sos, quién fuiste y quién sos, el tiempo se fue volando pero vos permaneciste en el mismo lugar un minuto que fue toda la eternidad. Tu reloj interno se detuvo. Todos tus muertos vinieron a buscarte. Vos te viste entre ellos como uno más. Vos fuiste todos ellos. Así y todo seguiste respirando, un oxígeno que te quemó la garganta pero respiraste en fin. Desfalleciste en ese respirar. Hubieras escogido por siglos dormir, derribar ese puente que conecta el vacío que te comprime el pecho con el nudo que atraganta tu garganta y el barullo que aturde tu cabeza. Fugarte de tu cuerpo, irte a otra ciudad-en otro país-en otro continente-en otro planeta-en otro tiempo/espacio/frontera/cuento/cuadro colgado en mil paredes invisibles del sótano de tu infierno más ciego.

Y después silencio. Silencio que no es calma sino callarte un rato, enmudecer sobre otros ruidos. ¿Y el abismo? Ni siquiera te acercaste, las llaves de un lugar tan preciado están guardadas mucho más allá de tus sentidos. Tal vez sólo tu sombra, esa que perdiste en el camino y que se empecina en mirarte de lejos como con recelo negándose a volver, tal vez sólo ella tenga el mapa que te lleve hasta ahí. Acaso consideraste que la amnesia es un privilegio que le llega gratis a una minoría de afortunados que no demandan su servicio. Dichosos sean ellos, y cuán injusta puede ser la redistribución de olvidos para quienes lo necesiten en estado de emergencia.

Salió el sol, volvió a resquebrajarte. Las grietas abrieron tu piel como facones pariendo de entre tus venas. El espejo te reembolsó una razón más para cerrar los ojos. Lo hiciste, una colección de imágenes iluminó tus retinas hasta atravesar los párpados. Hasta quemarte. Y tu rostro, perforado por la cárcel que te priva de correr a cualquier parte y a ninguna, tu rostro de presencias ausentes, tu rostro te dejó en evidencia cuando intentaste un esbozo de risa. Risa nula de sentir, devino en contradicción, envejeció hasta morir. Moriste muerte clandestina, extraña de esencias. Muerte que no es muerte y por eso mata sin morir. Muerte de la memoria vigente, acurrucada temblando en el sur de tu nostalgia, estaqueada en el punto muerto del tiempo muerto de una resaca terminal e interminable. Muerte del ayer que patea la puerta para aterrizar en pasado mañana/ayer que se disputa el desayer. Muerte perdida entre pedazos perdidos, extinguiéndose o peleando por, huyendo del rompecabezas que pervive inerme en tu pieza. Y tus piezas, absortas, sin rumbo, huérfanas de ADN, se estrellan en la ruta del destierro de tu propia sal.





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