jueves, 1 de septiembre de 2011

Volver teme


Hoy te volví a extrañar. Me volví a extrañar.

Te volví a llover. Me volví a mojar.

Te volví a soñar. Me volví a dormir.

Te volví a matar. Me volví a morir.

Te volví a escribir. Me volví a borrar.

Te volví a traer. Me volví a llevar.

Te volví a tomar. Me volví a fumar.

Te volví a perder. Me volví a perder.

Te volví a sentir. Me volví a quemar.

Te volví a gritar. Me volví a callar.

Te volví a querer. Me volví a odiar.

Te volví a parar. Me volví a caer.

Te volví a llenar. Me volví a vaciar.

Te volví a volver. Me volví a fugar.


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No hay olvido a la vuelta de la esquina.

No hay alivio que llene los bolsillos de la ausencia.

No hay transformación definitiva.

No hay caída lo suficientemente profunda.

No hay lágrima final.

No hay silencio quieto.

No hay calma en el vacío.

No hay tiempo que cure

ni cicatriz que madure

ni herida que desangre

para siempre

la sangre del dolor del alma.





Lluvia

Y un día te hizo bien la lluvia. Es un día, es verdad, es sólo uno entre muchos en que el sol te hizo mal, pero al menos es algo. La tristeza dejó marcas en tu piel, te convertiste en eso a lo que le tenías horror, tu huella se cubrió de mil capas, grises, deslucidas. Te cansaste de estar, de ser, despertar, de no olvidar, no cerrar puertas, de quedarte, no avanzar, no poder, no pararte, no pisar. Tu cabeza dio tantas vueltas como lágrimas cayeron de tus ojos sin que te dieras cuenta. Tocaste fondo. ¿Lo hiciste?, ¿o te pusiste un traje nuevo arriba del gastado antes de que se desintegrara por completo? Te preguntaste quién sos, quién fuiste y quién sos, el tiempo se fue volando pero vos permaneciste en el mismo lugar un minuto que fue toda la eternidad. Tu reloj interno se detuvo. Todos tus muertos vinieron a buscarte. Vos te viste entre ellos como uno más. Vos fuiste todos ellos. Así y todo seguiste respirando, un oxígeno que te quemó la garganta pero respiraste en fin. Desfalleciste en ese respirar. Hubieras escogido por siglos dormir, derribar ese puente que conecta el vacío que te comprime el pecho con el nudo que atraganta tu garganta y el barullo que aturde tu cabeza. Fugarte de tu cuerpo, irte a otra ciudad-en otro país-en otro continente-en otro planeta-en otro tiempo/espacio/frontera/cuento/cuadro colgado en mil paredes invisibles del sótano de tu infierno más ciego.

Y después silencio. Silencio que no es calma sino callarte un rato, enmudecer sobre otros ruidos. ¿Y el abismo? Ni siquiera te acercaste, las llaves de un lugar tan preciado están guardadas mucho más allá de tus sentidos. Tal vez sólo tu sombra, esa que perdiste en el camino y que se empecina en mirarte de lejos como con recelo negándose a volver, tal vez sólo ella tenga el mapa que te lleve hasta ahí. Acaso consideraste que la amnesia es un privilegio que le llega gratis a una minoría de afortunados que no demandan su servicio. Dichosos sean ellos, y cuán injusta puede ser la redistribución de olvidos para quienes lo necesiten en estado de emergencia.

Salió el sol, volvió a resquebrajarte. Las grietas abrieron tu piel como facones pariendo de entre tus venas. El espejo te reembolsó una razón más para cerrar los ojos. Lo hiciste, una colección de imágenes iluminó tus retinas hasta atravesar los párpados. Hasta quemarte. Y tu rostro, perforado por la cárcel que te priva de correr a cualquier parte y a ninguna, tu rostro de presencias ausentes, tu rostro te dejó en evidencia cuando intentaste un esbozo de risa. Risa nula de sentir, devino en contradicción, envejeció hasta morir. Moriste muerte clandestina, extraña de esencias. Muerte que no es muerte y por eso mata sin morir. Muerte de la memoria vigente, acurrucada temblando en el sur de tu nostalgia, estaqueada en el punto muerto del tiempo muerto de una resaca terminal e interminable. Muerte del ayer que patea la puerta para aterrizar en pasado mañana/ayer que se disputa el desayer. Muerte perdida entre pedazos perdidos, extinguiéndose o peleando por, huyendo del rompecabezas que pervive inerme en tu pieza. Y tus piezas, absortas, sin rumbo, huérfanas de ADN, se estrellan en la ruta del destierro de tu propia sal.





miércoles, 15 de junio de 2011

Bajo otra piel

Basta. Te digo basta.

Te pido, por favor,

que te fugues en una noche de otoño como cuando entraste.

Te pido, te lo piden mis sentidos,

que vayas a meterte en el inconciente,

ahí donde las formas se deforman

y el olvido, aún lleno de memoria, hace lo suyo.


Te pido, simplemente, que dejes de latir.

Que dejes de aparecerte en diez mil canciones,

que te vuelvas impalpable en ciertos y cientos lugares,

que me permitas cerrar los ojos

y no encontrar más que oscuridad.


Te pedí tantas veces,

y tantas vos me pediste que no te pidiera tanto,

que éste es un último pedido.

Te lo pido aunque me desangre,

te lo pide mi fiebre.

Que vayas a guardarte unos quinientos años

en el cajón de las porquerías,

que yo voy a intentar cerrar,

con llaves infinitas,

las imágenes que me desintegren

y a desintegrar el dolor de esa casa que es el alma,

por más resacas y desvelos

que fantasmas exijan pagar.


Te pido desarraigo,

extrañamiento,

exilio de mi cuerpo a otros cuerpos.

Que me permitas resistirme de escribirte a vos

para empezar a escribir sobre vos,

camuflada entre mil excusas para volverte.

Que sigas escribiéndote sola en otros cuentos,

que nunca te acabes,

que sé que algún día voy a volver a leerte

como a la pila de libros que tengo marcados a la mitad.


Que pervivas en otras bibliotecas

como una narración siempre inconclusa,

alimentando el cuerpo de tu ausencia

pero bajo otra piel.

Que la mía carece de anticuerpos

y el paso del tiempo

no hace más que dejarme al descubierto.


Yo mientras tanto voy a estar ahí,

en ese lugar

en ninguna parte

y en todas al mismo tiempo,

bien al sur,

amortizando la primera cuota

del pasaje del tren

que me lleve al centro de mí.

Hasta tocar fondo,

hasta el subsuelo de mi insomnio,

hasta el sótano de los pedazos perdidos,

hasta crecer alas,

asomar la cabeza,

salir a la superficie,

perderle rabia al sol,

metamorfosis de tus cenizas,

sacudirme de los escombros

y volver a ser.

domingo, 29 de mayo de 2011

Vestigios

Caparazón tallado por los años,


en el interior, bien al fondo,

resultaste de un cristal

demasiado frágil para tu fuego.

Me duele Piazzolla.

No me le animo a ese disco de Pescado.

Qué culpa tiene el flaco.

De a ratos Fito me canta la posta.

Todo lo que te hace bien siempre te hace mal.

Le esquivo a Benedetti,

no sé cómo pero algo me lleva hasta Bécquer.

Dolina me hace bien,

con Charly viajo a otros pueblos,

con Iván Noble me pego un tiro,

y Sabina…

miércoles, 9 de marzo de 2011

A todo pedal


Cierro los ojos y t veo en tu bicicleta, escuchando en tu mp4 ese tema de Molotov que te arranca una risa en el aire y te provoca esa sensación de que aumentás la velocidad. No importa si vas más rápido o no. Importa lo que te noto en el cuerpo cuando te veo. No puedo explicarlo, hay cosas que no se explican. Hay cosas que se creen porque sí, porque están ahí para eso, para hacerte sentir que existe algo más allá de lo tangible, de lo alcanzable, de lo seguro, de lo fácil o de lo explicable. Yo creo y con eso basta. Y entonces ahí estás vos, pedaleando a todo pedal, y ahora me decís que querés agarrar por otra calle aunque quizá haya una que te deje mejor, que te gusta ir por calles que no conocés. Y entonces ahora yo empiezo a entender un poco esa sensación inexplicable; algo de mis sentidos, de mi instinto o de mis fantasías se conecta con algún cable de mi cabeza. Y entonces ahora no sé bien para dónde te lleva esa calle que no conocés, pero sí sé que te hace brillar. Sí sé que llevás con vos una luz. Por favor, nunca la apagues. Aunque la calle por la que vayas esté empedrada, aunque tenga baldosas flojas que te disparen charcos de la vereda, aunque vayas en contramano o aunque justo te cruces con una movilización que al otro día algún monopolio se lo atribuya a manifestantes afines al gobierno.


Cierro los ojos y te veo en tu bicicleta. Tengo esa imagen metida adentro. No necesito más razones ni certezas. Yo creo y con eso basta. El viento te pega en la cara y te tira el pelo para atrás, entonces ahora decidís frenar sobre el cordón, bajar los párpados hasta mirar hacia adentro, mover tu cara casi de cara al cielo y dejar que el aire te llegue. Y en eso se cuela otra risa, una de satisfacción, de sosiego, una que le devuelve al afuera lo que pasa adentro, una que le desprende un botón a la ropa que te abriga de vos misma. Y ahí creo verte brillar de nuevo, se te forman las rayitas a cada costado de la boca, se te despeja la frente y te queda casi al descubierto. Y tus ojos, que están cerrados y te hacen viajar a otros presentes, arrabales perdidos en el tiempo, cicatrices, tus ojos que te vuelven del olvido una sensación, un perfume, una canción, tus ojos ahora se arrugan apenas/ese gesto donde se funde una marca de abuela con otra de tu infancia, tus ojos entran en sintonía con la risa y ahora la terminan, y el viento pasa para que vos te filtres en el y sigas pedaleando, a todo pedal, hasta otra calle, hasta otro viento.



jueves, 3 de marzo de 2011

Fuga de mis estados

Hace mucho que no escribo acá, no sé muy bien por qué pero hace tiempo que no me siento a poner en pie de tregua o de guerra mi cabeza con el papel. Y ahora que me decido a hacerlo, ahora que me despojo de argumentos, excusas y mentiras que justifiquen el quedarme quieto, inmóvil ante la hoja en blanco, hay algo que me lleva a escribir sobre los muertos. ¿Por qué? Por que sí, qué sé yo, no tengo la más puta idea. El soplo de un viento frío adentro, en fin, nada racional.

Tengo algunas preguntas de las que tiene todo el mundo, añejas pero actuales de a ratos. Voy a intentar ir de lo más abstracto o general a lo más conciso. ¿Qué son los muertos? Según considero, el escritor Casciari ha esbozado una suerte de línea pensadora acerca de las ideas que rondan en torno al concepto “futuro”. En ella dice algo así como que en realidad nuestros abuelos vendríamos a ser nosotros mismos en el futuro. Bueno, vuelvo a lo anterior. Pensando en ésta última idea, invento una reflexión que circula en mí y me pide salir de algún modo. Los muertos, pero en particular nuestros muertos, o nosotros en el futuro. Los muertos están, la muerte no es un viaje de ida, creo. Soy más ambicioso aún, es un viaje de vuelta, sin dudas. Los muertos no se van a ninguna parte. Y así viven. A veces permanecen en el aire, en olores, canciones, silencios.

¿Acaso hace falta dejar de respirar para estar muerto?

No sé para dónde va esto que estoy escribiendo, escribo sin brújula, disparo palabras analfabetas, pensamientos huérfanos; ensayo finales, el teclado se me caga de risa, el nudo duerme una siesta en una pieza dentro de mi cerebro cerrada con mil llaves que mis manos no pueden abrir. Elijo desertar.


domingo, 6 de febrero de 2011

(Suerte de) Manifiesto contra las declaraciones de amor

 
En primera instancia quiero hablar de las tardanzas y los tardadores, que padecen día a día el asedio de los especimenes de la puntualidad; señores respetables aspirantes a dueños de la monarquía del tiempo, que pululan por antros oscuros a plena luz del día, disputándose la propiedad de la línea que delimita aquello para lo que es tarde, demasiado tarde, apurándonos a todo, arrebatándonos no sólo el uso legítimo de nuestra incapacidad para ser puntual, o la habilidad para sorprender, o el resguardo en el proverbio popular “más vale tarde que nunca”, arrebatándonos no sólo eso sino también el sentido de la paciencia.

He aquí el lugar común en el que caen los perseguidores de impuntuales. Uno no elige llegar tarde a todos lados, uno nace con eso adentro, y luego elige si hacerse cargo de la realidad o no.

Siempre habrá hornayas que revisar, llaves sin paradero a la vista, calefactores cerca de alguna silla (posiblemente con ropa), monedas que se tomaron raje antes de llegar al micro o la aparición repentina de una laucha en la cocina, que lo pongan a uno en una encrucijada moral.

No hay manera de no llegar tarde ante tamaña eventualidad. Entonces, aparece la obligada necesidad de proceder a la construcción de un por qué, a la invención de un pretexto que justifique la tardanza e, inclusive, en lo posible, provoque en el destinatario una sensación de pena, culpa o cuanto menos preocupación.

La invención de la mentira es un hecho no valorado por las mayorías. Lo que pocos alcanzan a ver es que se trata en realidad de un acto de personalidad y templanza ante la adversidad, que exige un esfuerzo intelectual.

Que implica diferentes etapas:

1) La toma de decisión, de evaluar que la honestidad no es el camino más conveniente a seguir.

2) La invención de una serie de sub mentiras posibles (2 o mas). Nunca la mentira es una sola en primera instancia; mesura, calma, prudencia, frialdad. El primer comportamiento jamás implica lo que se conoce como manotazo de ahogado, intento desesperado que deviene en suicidio del protagonista de la mentira por atropello, por evidenciar la necesidad de sacarse de encima el compromiso a las patadas, en una suerte de grito asfixiante que clama que no le agreguen una complejidad para la que aún no ha formulado coartada sólida que ofrezca respuesta sin dejar cabos sueltos.

Sería como jugar al truco sin saber las señas, como mostrar la carta más valiosa, la definitiva en el primer intento, como arrebatar una pizza por aceleración desmedida en la cocción o ahogar un fuego por inoperancia en el armado previo.

O como, y aquí desarrollo la hipótesis que planteaba al principio; decía, agotar la mentira antes que esté lista para ser parida es como escapar corriendo hacia delante, como quien lanza una declaración de amor atropellada, libre de toda estrategia con algún tinte maquiavélico, exenta de toda pizca de malicia.

Porque, así como ningún jefe, compañero de trabajo, de estudio, etcétera se cree el primer verso improvisado ante la llegada tarde, ninguna mujer responde favorablemente a la declaración a medias, insegura, forzada o mucho menos extremadamente pura. A ninguna mujer le atrae en un primer momento el derroche de sinceridad, el exceso de transparencia que denota un vacío de misterio, la delegación absoluta del poder al otro, o la demostración de afecto como último recurso ante la resignación, sabiendo que se hunde el barco. (Son esas declaraciones que arguyen que desde el primer día que te conocí te quise, me enamoré, me imaginé el futuro, el perro, los críos, el árbol y el cajón de las porquerías. Eso puede decirse una vez correspondida la atracción, más no jamás puede ser el medio para el fin)

Y es que, en realidad, lo que quiero plantear es que ya ninguna declaración de amor a esta altura puede tomarse como válida; algo así como la muerte de las declaraciones de amor, que siempre han sido un verso –nunca verdaderamente sentido- usadas hasta el hartazgo en repetidas ocasiones nocturnas con distintos destinatarios.

Y por si todavía alguien se pregunta qué tiene que ver todo esto con las excusas del que llega tarde a todos lados… Yo creo que la práctica de la mentira/pretexto puede ser considerado el ejercicio superador y sustituto de las declaraciones de amor, porque la legitimidad del que llega tarde a todos lados radica en la credibilidad que su discurso genere el en otro. En las declaraciones de amor, en cambio, ya nulas mujeres eligen creer; mujeres generalmente en dudoso estado de conciencia o sobriedad por cierto, pues como he demostrado las declaraciones de amor nunca expresan sentimientos genuinos sino más bien chamuyos refritados.

Por todo esto celebro y reivindico a los que llegan tarde a todos lados, por ser un ejemplo, y les pido –encarecidamente- a los reyes de la puntualidad que evalúen mi planteo, y que se relajen un poco, que el hecho de que haya cada vez menos declaraciones de amor y más inventores de excusas creativas no implica necesariamente la caída en desuso del romanticismo o el vacío sentimental/espiritual de las civilizaciones, sino más bien un salto cualitativo hacia la superación de los hombres y las mujeres.