viernes, 12 de febrero de 2010

Pedazos perdidos

Despertó aturdido, casi como todas las mañanas. Hace tiempo perdió la cuenta de su edad. Una especie de designio eterno lo convirtió en un ser invisible desde que nació. Es un vagabundo entre las luces que nunca dejan de brillar, los fuegos que se repiten una y otra vez sin cesar, que mezclan el día con la noche y condenan a una tarde perpetua.
Lo inexplicable es cómo esos fuegos, esos estallidos, arrasan con todos y con todo menos con él. La naturaleza es víctima y depredadora a la vez: bombas, autos, máquinas, televisores y heladeras encarnan una feroz disputa. Se matan entre ellos y vuelven a nacer a cada instante. Pero las secuelas de su permanente destrucción agigantan la ira de los elementos. Entonces los vientos fríos calcinan a las personas, las aguas se exilian a otros mares menos envenenados, el sol eclipsa a la luna y las estrellas caen como misiles. Algunas calles dan al cielo, el infierno está a la vuelta y el paraíso se ha tomado vacaciones por tiempo indefinido. Y eras remotamente pasadas renacen y chocan contra futuros lejanos. Gladiadores furtivos, monarcas despiadados, tecnócratas modernos y maquiavélicos poetas aparecen en sueños anacrónicos que cruzan fronteras y desembarcan en tierras despiertas, para gobernar este indómito presente.
Mientras tanto, un mago ciego inventa antídotos secretos que hacen crecer a los enanos; se descubren los misterios que habitan dentro de los espejos, y en medio de tanta revolución ahí está él. Un ser que nunca envejeció, las arrugas lo perforaron por dentro, su belleza lo castiga, su silencio lo aturde, su luz radiante lo apaga y su presencia inquebrantable lo extingue. Del todo y de la nada sus ojos fueron testigos, hasta quedar vacíos. Y nada puede hacer para cambiarlo, alguien escribió su destino en otros siglos. Tal vez fue él mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario